Lanzarote. Enero de 2011, siete años después.

Timanfaya.- Lanzarote.- Islas Canarias (España)

Llegar a Lanzarote es como viajar al origen de la Tierra. Tal vez por esa inclinación que  experimento  por los orígenes,  me gusta viajar a Lanzarote.

Lanzarote es una isla; un costurón en el borde de la placa continental   africana,  el postillón de una herida profunda, apenas restañada en colores impactantes sobre el negro de la lava y el azul profundo del océano.  Los rojos y los verdes; los ocres y los amarillos,  se funden en los atardeceres con un sol enorme que parece ser engullido por los cráteres de la isla o ahogarse entre olas que vienen del horizonte hasta donde llega América, ese admirable continente descubierto por los malos cálculos y la cabezonería de un puñado de españoles en el siglo XV

Además de los contrastes violentos del paisaje lanzaroteño que se hace sinfonía wagneriana en la extensión agreste de Timanfaya, ofrece la isla la acogida de sus gentes en un trato natural y tranquilo,  junto con una arquitectura popular convertida en ensueño en muchos de sus pueblos y la oferta gastronómica en la que la nota de color y sabor fuerte y caliente la pone el mojo picón y la agradecida compañía de los vinos volcánicos de La Geria.

La climatología benigna permite a los amantes de la playa disfrutar en pleno invierno de los baños de sol y de agua, y a los menos aficionados a mojarse o dejar pasar el tiempo tumbados en la arena, como es mi caso, les ofrece el recurso de dar largos paseos bordeando volcanes y acantilados. Y en todos los casos, hasta el menos experto, como también es mi caso, puede conseguir magníficas fotografías. Por lo menos, algunas de las cientos que el paisaje te invita a sacar.

La buena gestión del espacio de Lanzarote se debe a sus ciudadanos -que aman su isla- y a la Administración, indudablemente; pero gran parte del impulso hacia la buena orientación de esa gestión se debe, también sin duda, a la labor desarrollada por el ya desaparecido César Manrique, de cuyas actuaciones encontramos abundantes testimonios en todo el espacio lanzaroteño: una voluntad decidida de respetar casi religiosamente la idiosincrasia volcánica de la isla integrándola en la vida, vivienda y los espacios de sus habitantes, utilizando elementos primarios en la tarea de construcción y agrícolas, en la ordenación de los terrenos para el cultivo y el desarrollo de plantas bien adaptadas a la dureza del suelo. Se observa un esmerado trabajo en los entornos de las carreteras, con arcenes limpios y cuidadas isletas y rotondas de cenizas rojas y negras contrastando con el blanco de la pintura de sus muros y el verde de palmeras, cactus y plantas o setos de flores multicolores. La luz hace el milagro cambiante del espectáculo visual según la hora del día. Un milagro que parece haber salido de la nada y el caos. La vida multiplicada en esporas y respirando por las grietas calientes de la tierra. Las noches más profundas y llenas de estrellas sobre el océano. La mar atlántica. Lanzarote.

Julio G. Alonso

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